Sobre las seis de la tarde se complicó la jornada de trabajo. Había pasado todo el día planificando en encuentro. Imaginando cómo sería el contacto inicial, cómo me recibiría; anticipando las primeras caricias y besos, fantaseando sobre lo que quería hacer con Isabelly y lo que quería que ella me hiciera. A medida que avanzó la tarde y se embrolló todo cada vez más, fui dejando planes por el camino. No podría pasar por casa a ducharme y cambiarme de ropa, tendré que llamar para retrasar la cita. Y, al final, son casi las nueve de la noche, estoy cansado, sucio, no he llamado para cancelar el encuentro. Voy a casa y me ducho, me pongo fresco. Es verano y el calor de Barcelona es pegajoso como el cemento tierno. Ya más relajado, la cabeza se pone a dar vueltas. No quiero ir a un encuentro con Isabelly Strayt. Necesito estar con Isabelly Strayt.
¿Por qué pago por sexo con una mujer (una MUJER) con polla? Entre otras cosas, por días grises y desesperanzadores como ese mismo día. Estoy limpio, fresco, relajado, excitado, deseoso de estar con una transexual y necesito contacto humano; tengo la dirección aproximada y, siguiendo un impulso, salgo de casa y conduzco hasta los alrededores del piso de Isabelly. ¿Me recibirá? ¿Estará ocupada con otro cliente? ¿Agotada tal vez a esas horas de la noche? Son casi las doce. Me decido a probar suerte. Qué demonios, lo peor del día ya ha pasado. Llamo por teléfono. ¿Isabelly? Estoy cerca de tu casa, ¿podrías recibirme ahora? Es un poco tarde, amor. Lo sé, pero se me ha hecho tarde, mira he tenido muy mal día… aquello fue suficiente para que se compadeciera de mi. Me da la dirección completa, el número de la calle y el timbre. Llamo y no responden. Insisto. Nada. Llamo por teléfono, algo molesto. ¿Isabelly? Mira, si no quieres recibirme lo entiendo, vengo otro día… No, sube, estaba en el baño. El corazón me va a cien cuando tomo el ascensor. Una puerta se entreabre cuando llego al piso. Entro. La puerta se cierra a mis espaldas. No puedo creer lo que hay ante mí.
La chica más bella que nunca he visto está junto a mí, semidesnuda. No puedo precisar el color de sus ojos en la penumbra, pero distingo una mirada limpia. Sus facciones son suaves, delicadas, graciosas. Su cabello liso cae con sensualidad sobre sus hombros bien torneados y morenos. Unos pechos preciosos y redondeados, con unos pezones oscuros y desafiantes, se pegan a mi costado cuando me conduce de la mano (femenina y firme, pequeña y fuerte, suave y segura) a una habitación pequeña. Allí, en una penumbra con tonos rosados, puedo admirar mejor sus formas. No es muy alta, casi diría que es una figurita delicada de porcelana dorada. Su cintura estrecha, de piel firme como un arco tensado, realzan la redondez de unas caderas anchas, a las que siguen unas piernas de muslos torneados y carnosos. Va descalza. Puedo ver unos pies pequeños que, al instante, me dan ganas de besar arrodillado. Arrodillado frente a una Diosa complaciente y castigadora al mismo tiempo, un ser perfecto conocedor de su poder que me sonríe con dulzura, mostrándome unos dientes de perlas enmarcadas por una boca de labios sensuales, prometedora de placeres inenarrables. Yo, más alto y fuerte que ella, me siento pequeñito, insignificante, sumiso, tembloroso. El control de la situación es suyo. Tengo que cobrarte un poco más por la hora, ya no esperaba a nadie. Las palabras invaden mi voluntad. ¿Cómo voy a negar nada a esta Diosa, cuando me ha convertido en su esclavo simplemente siendo tal y como es? Pero también las palabras me devuelven a la realidad. Aquello es un intercambio comercial, un trueque de favores, una relación cliente-proveedor. Comprendiendo la situación, accedo a pagar algo más de lo previsto. Ella tiene razón. Y lo merece.
Tumbados en la cama comenzamos a besarnos con delicadeza, sin lengua. Intento sacar algo más de aquellos besos… pasión, compromiso, aunque sólo obtengo cálida comprensión, incluso diría que condescendencia. Suficiente. Me siento a gusto, no puedo pedir más. Toco sus pechos firmes y duros, recorro su canalillo con mi lengua, mordisqueo sus pezones endurecidos y con la piel estremecida alrededor, mostrándome cada uno de sus poros. Le gusta. Me recreo en ello al tiempo que busco su boca, esta vez más solícita. Deslizo mi mano por su vientre, despacio, jugueteo con la tira de sus braguitas blancas, pasando mi dedo por su pubis rasurado, acariciando su ingle y la parte interior del muslo sin llegar a tocar el sexo. Noto que éste se despierta poco a poco. Le gusta lo que hago. Siento elevarse por momentos las braguitas y, por fin, toco su polla. No está muy dura, pero ha salido de su aletargada indiferencia. Tiro de la piel hacia abajo mientras la miro a los ojos. Los dos sonreímos, cómplices, anticipando lo que viene. Sin demora bajo mi cabeza hasta su entrepierna, aún con las bragas puestas. Sin quitarlas saco su miembro, que se libera del encierro con un salto violento. Mis labios deseosos se ajustan alrededor de su glande. Succiono. Ella se estremece. Empapo de saliva su capullo palpitante y juego, haciendo vibrar mi lengua, moviendo su polla ya bien dura por mi boca, pasándola por los labios húmedos. Despacio. Poco a poco aumento el ritmo. Ella acaricia mi nuca.
Ahora su bonita y dura polla entra y sale de mi boca húmeda y caliente, mientras mi mano la masajea de arriba a abajo, resbalando con la saliva. Su glande no llega a ofrecerse del todo, retenido por una fina tira de piel, pero sigue siendo delicioso. Ese dulce gusto salado. La miro a la cara, esa preciosa cara de muñeca. Ella cierra los ojos. Está gozando de mi mamada. Me ha costado, pero he despertado en algo su deseo. Me detengo y me mira. A pesar de la semi oscuridad noto sus pupilas dilatadas, excitadas. Aparta mi cabeza y se arrodilla en la cama. Yo me arrodillo también. En esa postura, ella se agacha y comienza a chupar mi polla, dura como pocas veces. Que maestría. Que lujo. Mi cuerpo se estremece a cada lamida, a cada apretón de labios, a cada movimiento de su mano. No es un acto mecánico, está realmente entregada a ello. Quiero creer que disfruta chupando tanto como yo disfruté chupándosela a ella. Desde mi posición veo su culo perfecto, ancho y redondo, como en forma de corazón. Isabelly que guapa eres, qué cuerpo tienes… me alegra que te guste, cariño, muchas gracias… quiero penetrarte, no puedo más… sí cariño, métemela, métemela por el culo. Se da la vuelta y restriega sus nalgas contra mí. Al mismo tiempo busca el tubito de lubricante en la mesilla. El contacto de su culo con mi vientre y mi polla me excita aún más si cabe.
Por suerte (o desgracia) el preservativo impedirá que me corra nada más empezar. Aún me excito al recordar cómo la penetré. Su ano estrecho y cerrado multiplicaba el placer. Se cerraba con fuerza en torno a mi polla, que introducía hasta el fondo sin miramientos. Notaba la presión de su esfínter al entrar y salir. Con cada embestida ella gemía, pero temí hacerle daño con el ímpetu de la excitación y bajé el ritmo. Nuestros movimientos se acompasaron a la perfección. Ella seguía el recorrido de mi polla con un sensual y sabio movimiento de caderas, empujando contra mí cuando debía, retirándose cuando yo me retiraba. Pero no quería terminar así. Quería correrme viendo su preciosa cara. Saqué el miembro del culo. Ambos palpitaban. Su ano se abría y cerraba, encontrando a faltar el contacto interrumpido algo bruscamente. Mi polla se rebelaba en espasmos. La crema lubricante resbalaba por el interior de sus muslos a cada contracción de su esfínter. Se dio la vuelta. ¿Qué quieres hacer? ¿Quieres que yo te folle, mi amor? Quiero verte bien mientras me corro. Sonríe, cómplice, mientras me quito el preservativo. Comienza una lenta paja que humedece de vez en cuando con un par de lametones golosos. Sube y baja el ritmo con sabiduría. Cuando ve que mi excitación no puede contenerse mucho más se coloca debajo de mí, apuntando mi polla hacia sus pechos. Yo, con torpeza, desconcentrado, acaricio su polla que sigue dura. Noto el orgasmo llegar poco a poco y no hago nada por provocarlo. Tan sólo dejo que su experta mano decida el ritmo adecuado, ahora casi frenético aunque delicado. No puede elegir un momento mejor para uno de aquellos lametones ocasionales.
Aquello me hace perder la cabeza y, casi sin previo aviso, me corro como un poseso entre convulsiones. El semen sale despedido con fuerza y casi escucho cómo choca contra la piel de su cuello y entre sus pechos. Con mi mano acompasando la de ella y entre gemidos de placer, mirándonos a los ojos, el chorro de esperma parece no terminar. Cuando deja de manar siento que su polla está más dura todavía. Me dejo caer junto a su lado, agotado, vencido. Mi polla choca contra su muslo en cada espasmo, cada vez más distanciados entre sí. Ella frota su mano rebosante de semen contra su pecho. ¡Cómo me pusiste! Y sonríe. Porque Isabelly no ríe como los mortales, su sonrisa lo dice todo; sonríe con los ojos. En ningún momento dejé de mirarla a la cara. Lo que me hizo tener un orgasmo brutal fue tanta belleza. ¿Quieres correrte tú? No, amor, estoy cansada… otro día te daré mi leche si quieres… pero hoy… Comprendí. Era tarde. Tal vez había eyaculado ya dos veces ese mismo día. La abracé, agradecido, no tanto por el polvo magistral como por el contacto humano. Ella pasó su brazo sobre mi hombro y estuvimos charlando unos minutos. Llevaba poco tiempo en España y no hablaba el idioma del todo bien todavía… pero qué importa el idioma si dos personas se comunican bien. Que agradable conversación, con respeto y educación, mantuvimos sobre temas banales. Cuánto valora Isabelly la educación y el saber estar. Y que inteligente, educada… que SEÑORA. Una dama de los pies a la cabeza.
Nos despedimos en la puerta con un beso tierno en los labios y un buenas noches sincero. Sí, me hubiera gustado dormir junto a ella y despertarme abrazándola. Sí, me hubiera gustado que lo nuestro no hubiera sido un intercambio comercial. Sí, me hubiera gustado ser el súbdito obediente de esa Diosa complaciente y temible a la vez, temeroso de su desprecio, deseoso de una breve mirada suya. Pero regresé a mi vida gris sin el consuelo de su mirada excitada, sin el regalo de un orgasmo suyo y unos besos apasionados, sin la complicidad del lecho compartido tan sólo una breve noche de verano. Las Diosas son así. Y a nosotros, pobres mortales, nos toca recibir sus favores de vez en cuando, como un gesto de condescendencia y previo pago.
OK.
thank you very much best in the world- jejejejeje muak.
Después de leer tu relato y mirar las fotos de Isabelly Strayt en el Catálogo, puedo comprender tu admiración por ella, es sencillamente preciosa. Tiene una cara muy hermosa y su cuerpo es de lujo; me encanta sobre todo su cintura y su trasero es espectacular; en tu relato haces mención a sus pies pequeños que llaman a besarlos; al admirar el resto no me cabe ninguna duda que deben ser también hermosos.
Para nosotros que vivimos al otro lado del océano, solo nos queda que admirar a la distancia y por supuesto sentir envidia de ustedes que pueden tener esas diosas al alcance de sus manos (y ojos y todo lo demás).
atte
na5905.
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