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Desde muy pequeña sentí una atracción especial por las prendas femeninas, soñaba que las llevaba puestas. Y fue muy temprano, a la edad de nueve años, cuando me puse mi primer calzón. Era de mi hermana menor, y me quedaba algo ajustado, pero eso me encantaba aún más. La suavidad del roce con mi piel, especialmente con mi parte de atrás, me excitaba muchísimo. Mi partecita de adelante es todavía una cosita tan pequeña que ni se nota. Creo que por eso me sentí siempre una mujer. Mis primos tenían unas enormes cosas en el mismo lugar donde yo poseía apenas un gusanito imperceptible y unas bolitas que siempre consideré como mis ovarios. Yo llevaba puesto ese calzón que le robé a mi hermana el día que mis primos empezaron a jugar entre ellos para ver quién la tenía más grande. ¿Quieres que te cuente cómo ocurrió? Sigue leyendo porque ese fue el día más maravilloso de mi vida. Ya sabrás por qué... Jorge fue el primero que la mostró. Habían acordado que se medirían sus miembros completamente erectos y él empezó a frotársela. Le siguió Augusto. En un instante, yo estaba viendo a dos pingas extraordinarias y no sabía qué hacer. Me preguntaron si quería participar y dije que no, que yo haría más bien de juez. Ellos ya se habían percatado de mis delicados modales, de mi musical forma de hablar, en fin, de todo eso que nos delata de todas maneras porque adentro de una está esa dama cuya fuerza de hembra no podemos ignorar. Así me hicieron sentir mis dos primos, como una hembra, desde el primer instante en que les vi su sexo. Esas dos torres inmensas que aparecieron de pronto ante mí me hicieron temblar, la pequeña resistencia que me condenaba a ser un niño se desvanecía para dar paso a la NIÑA, a la delicada y sutil sensación de mujer, de señorita, de lady, de preciosa figura y de ágiles y femeninos movimientos. Sentí desvanecerme cuando me dijeron que yo, como jueza, tenía que medirles el sexo y decidir quién lo tenía más grande. Como no había ninguna regla, yo debía tomar cada una de esas cosas entre mis manos y calcular sus dimensiones, tanto el largo como el ancho. Quise decir que me encantaría, pero algo me detuvo. No, no fue porque me sentí menos mujer, sino porque me sentí MUJER pudorosa. No podía desatar mis ganas tan pronto, no quería mostrarme como una mujer fácil, así que pedí usar guantes. ¡Podrás imaginarte cómo corrí hacia la cocina para buscar un par de esos de jebe que la empleada usaba para lavar! Se lo toqué primero a Jorge. Para serte franca, quise empezar por el que la tenía más chica, aunque los ojos se me iban hacia la de Augusto, que lucía mucho más firme. Primero lo hice tímidamente. Pronto me dispuse a medir el ancho. No pude cerrarla con mis dedos. Definitivamente, era bastante ancha... Jorge se excitó al contacto con mis manos, pues inmediatamente se le levantó un buen trecho y una buena cantidad de un líquido pegajoso salió de su pene. Hoy pienso que Augusto debió ponerse algo celoso, pues de repente me tomó por detrás y me dijo: "Te vamos a bautizar como Sandra, ya no te hagas la tonta, sabemos que quieres ser una niña." Yo agaché la cabeza y me puse a llorar. Augusto seguía abrazándome por detrás y su pinga se frotaba contra mi trasero. Empezó a hacer movimientos muy violentos y ya me tomaba por las caderas. Yo seguía llorando y me dejaba balancear. Jorge me sacó el pantalón y dejó ver mi ropa íntima. ¡Era una mujer entre dos hombres! ¡Había deseado tanto ese momento, que la excitación no me cabía ya en el cuerpo! Les dije que quería vestirme de mujer, que vayan a robarse la ropa de mi hermana, que quería su fustán blanco y su vestido azul. Jorge trajo algo más que eso. Vino con la empleada, que era cómplice de ellos. Martha estaba con todos sus accesorios de maquillaje y varios de sus vestidos. Desde luego, también trajo abundante lencería. -Ya me han dicho que ahora te llamas Sandra. No te preocupes, yo te voy a convertir en toda una mujercita. Confía en mí. -me dijo. Ese fue el momento en que me sentí como me siento hasta ahora, como una mujer. Mis caderas se veían más redondas, mis piernas bien contorneadas, mis pies pequeños, como mi cosita. Caminé hacia ella como una mujer, balanceando las caderas. -Ay, Martha. Por fin! Gracias. ¿Tienes esas medias negras que te quedan tan bien? ¿Crees que a mí me quedarán tan bien como a ti? -Mucho mejor, Sandrita. Además tengo un portaligas que combina perfectamente. Tengo todo para hacer realidad tus más ardientes fantasías. Mis piernas parecían más largas con esas medias y la ropa íntima de encaje que me había puesto. El vestido que Martha me prestó no era menos precioso. Me entallaba perfectamente y resaltaba mi trasero. Me quedaba como a cinco centímetros de la rodilla y me hacía ver muy sexy. La peluca de Martha resaltaba mi rostro femenino. Ella me maquilló muy adecuadamente. Cuando me vi al espejo no lo podía creer. ¡YO ERA UNA MUJER! Estaba linda. Estaba lista para tener a un hombre conmigo, para ser mujer completa, porque una no es nada sin un hombre, esa fortaleza masculina que nos domina, sin la cual sólo seríamos un cuerpo femenino y nada más. Con un hombre, en cambio, todo es real. Somos damas perfectas y felices entregándonos a ellos. Sin Martha, Jorge y Augusto me habrían violado. Ella se encargó de contener sus ímpetus, conminándolos a que me trataran como a una dama y no como a una perra. Adentro de mí yo ya anhelaba ser una perra y no una dama, pero seguía haciéndome la estrecha. Claro que también me gustaba mucho ese papel de señorita hipócrita y decente. Quería experimentar varios roles de mujer. Y aunque suene contradictorio, gozaba con todas esas formas de ser una hembra sin saber con qué papel quedarse. Era comprensible, empezaba recién mi nueva vida y no quería perderme nada de mi nuevo cuerpo ni de mi nueva alma de mujer. Aún no te he dicho dónde estábamos cuando debuté como señorita ante la sociedad. Pues bien, estaba en la casa de mis primos. Mi hermana y yo habíamos llegado allí para pasar la temporada de vacaciones. Mis tíos nos habían dejado solos, bajo los cuidados de su empleada de confianza, Martha, mi madrina en el excitante mundo de la mujer que ya era yo. Como comprenderás, aquella era una situación muy propicia para todo lo que estaba sucediendo. El único obstáculo era mi hermana, con quien siempre nos peleábamos y por tanto podría contarle todo a los tíos. Pero ella no estaba, y yo era libre para soltar a la hembra que maúlla como gata en celo adentro de mis entrañas. Nos sentamos en la sala. Yo vivía mi primera experiencia como mujer paseándome por la habitación, tomando un vaso de whisky con delicadeza, sentándome femeninamente, con las piernas bien cerradas y tapándome con el vestido, porque al momento de sentarme, se me veía el calzón. Cruzaba las piernas, las cambiaba de posición, miraba a Jorge coquetamente, luego a Augusto. Ellos me miraban atónitos. -Sandra, estás riquísima. Quisiera comerte ya! -dijo de pronto Jorge. -No Sandra, recuerda que yo la tengo más grande. Hazlo conmigo. -Ustedes me hacen ruborizar. Son tan atrevidos... Déjenme elegir a mí. Además, yo podría hacerlo con los dos. -¿Al mismo tiempo, ricura? ¿Te gustaría? Sin darme cuenta, mi coquetería se estaba transformando en el peligroso juego de tener a dos hombres calientes hasta el extremo delante de mí. Yo ya decía cosas impropias de una señorita y más bien cercanas a las de una puta. Al ver el pantalón levantado de Jorge, me vinieron unas ganas tremendas de tener su cosa en mi boca. Había bebido un vaso de whisky y eso empezaba a hacer efectos. Mareada, ya no recordaba que hace pocas horas tenía una vida muy diferente a la que tenía en esos momentos. De pronto me caí. Sabía que sucedería en cualquier momento, pues era nunca antes había usado zapatos de taco. Mi trasero se depositó bruscamente sobre la alfombra. La caída me había dejado en una pose muy sexy: con el vestido levantado y mis piernas cubiertas por las medias y el lindo portaligas que era un marco precioso para mi calzón. Jorge se apresuró a levantarme, pero se colocó en tal forma que mi cara dio contra su miembro a través del pantalón. Y ano pude aguantar más. No pude la tentación que esa cosa dura tan cerca de mí me producía. Me abalancé contra su sexo moviendo mi boca alrededor de su miembro. Ya adivinarás qué pasó. Sï, claro. Jorge se la sacó y al instante tuve el primer contacto de mi boca con un miembro masculino. Estaba caliente. Estaba húmeda. Estaba durísima. Ingresaba y salía rápidamente. Yo sólo atiné a quedarme quieta con la boca abierta. Estaba confundida. Era demasiada realidad para un sólo día. Primero vestida, coqueta, arreglada como para una fiesta. Y luego un torrente de pasión adentro de mi boca. ¿Qué hacía yo allí? Arrodillada, estaba permitiendo el ingreso de un ente ajeno a mi cuerpo. Y esa penetración inicial era como la invasión de un ejército poderoso, dominándome por completo, controlándolo todo. Sí. Jorge me estaba tomando por asalto y eso me gustaba, mejor dicho me encantaba, gozaba como loca justamente por estar en ese estado de sumisión total. Me imaginaba cómo me veía, así de rodillas, con mi trasero levantado y mis manos tomándolo a él para seguir pegada a esa cosa dura que me enloquecía cada vez más. Decidí tomarlo con mis manos y hacer algo para satisfacer a mi hombre. -¿Te gusta así, mi amor? -le decía luego pasar mi lengua por la cabeza húmeda de su pinga. -Sigue, desgraciada, sigue. Te voy a cachar hasta que revientes. Me gustas mucho. Quiero llenarte de leche. Quiero ver mi semen en tus labios, chorreando hasta tu vestido, quiero mi semen en tus orejas, en tu pelo, puta de mierda. Has logrado arrecharme de verdad y ahora vas a conocer todo lo que tengo para darte. Te quiero humillada, así, de rodillas, vencida por la potencia de mi verga. Chupa, Sandra, chupa más. -Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp, Slurp. -Así, así, más, aprieta fuerte tus labios, cómetela toda! -Slurp, Slurp. Me atoro, papito. Estaba loca de excitación cuando algo caliente me hizo retroceder. Era su leche que no paraba de brotar. Creo que fueron como seis las veces que eyaculó sobre mí, y cada nueva vez era tan o más fuerte que la anterior. En una, él virtió todo el chorro adentro de mi boca. Sabía saladito, caliente y pegajoso. Yo me abalancé nuevamente sobre su pinga para agradecerle con mis lamidas el placer que me estaba dando, pero fue ahí que él eyaculó una vez más y su leche se me metió hasta la garganta. De verdad me atoré, pero de placer. -Tómatela, perra de mierda! -me dijo, mostrando una tendencia algo sádica que me empezaba a gustar. Esa señorita romántica era ya una decidida puta, una hembra decidida a someterse, a dejarse hacer cualquier cosa, y a encontrar el máximo placer justamente en eso. -Es mi turno! -dijo Augusto, con energía. Y lo que mostró estaba en completa armonía con su tono de voz. Era una verga notoriamente más grande que la de Jorge. En verdad, bastante más grande, tan grande que ni siquiera en mis más ardientes sueños he imaginado algo así. Me pidió que la levantara aún más con mis chupadas, cosa que hice sin dudas ni murmuraciones, obediente como una esclava. Esa cosa enorme entraba en mi boquita pintada no con poca dificultad. Y no necesitaba presionar mis labios, pues su sola anchura era suficiente para que entrara muy ajustadamente. Estaba así de poseída por Augusto cuando Jorge me levantó por detrás y empezó a moverse contra mi trasero. Al contacto con su verga, yo movía mi culito hacia los costados y él arremetía aún más contra mi feminidad totalmente entregada ya a los placeres más desenfrenados, como una plena mujer, como una valiente hembra defendiendo su derecho a ser lo que es y dispuesta a pagar el precio de la sumisión por eso. Total, si eso me gustaba tanto... Si ese momento era justamente lo que tanto había soñado. Dos hombres, mis primos, practicando el incesto conmigo, dándome de su virilidad lo que yo, niña excitada, más quería de ellos. Hasta que la cabecita de Jorge me tocó el orificio donde se concentran mis nervios de mujer, el mismo que venía tocando con mis dedos hacía ya unos meses. Sentí un empujón que me abrió algo. Pude sentir la diferencia entre mis dedos, con los que ya me había autoviolado, y aquel fusil cuyo cañón daba su primer arresto sobre mi trasero. Obviamente, no eran la misma cosa. Mis deditos apenas se permitían el ingreso suave sobre mi propia intimidad femenina, mientras que la verga de Jorge amenazaba con penetrarme hasta la invasión sin permiso, sin ninguna tregua. Yo sabía que de nada servirían mis súplicas para que se detenga. Seguramente me iba a doler mucho. Eso quedaba claro después de cómo empujó contra los delicados pliegues de mi culito, que se rindieron ante la firmeza de su primer avance. Todo mi cuerpo vibró de pronto, mis sentidos me indicaban que estaba en la antesala de algo no conocido todavía, pero con todos los indicios de un goce maravilloso. No pude gritar ante la segunda arremetida de Jorge (pues ya sabes que tenía la boca ocupada en la verga de Augusto). Me dolió mucho, pero una mezcla de dolor intenso con placer intenso. El dolor era más bien la prueba de mi placer, a más dolor, más violada me sentía, y por tanto, más mujer, más dominada, más femenina, más... cómo decirlo, SEÑORA. Ahora ya era una señora. Tenía una buena parte de su verga frotándose contra mi conducto anal, entrando y saliendo como abriendo el camino para una nueva exploración de mi cuerpo. Adentro de mi, imaginaba que toda mi feminidad aplaudía a esa invasión y se entregaba a todo. Martha seguía de cerca todo y se incorporó al grupo. Me acarició y me dijo que estaba orgullosa de mí, que lo estaba haciendo muy bien. Yo me sentí apoyada por mi madrina y correspondí a sus caricias con gemidos de tigresa. Ella pasó su mano por mi clítoris (así llamo yo a lo que tengo, que a eso se parece más) y se lo llevó a su boca. Jorge dio el empujón final y toda su verga se introdujo en mi culito ya totalmente abierto. Adentro de mí, sentía cómo aquel monumento de carne paseaba por mi conducto una y otra vez. -Me duele -le dije sintiendo que ya no aguantaba. -Eso quiero, Sandrita, que te duela. Me excita mucho saber que te causo dolor. Y empujaba como un demente, la sacaba toda y me la volvía a meter. No bien mi culito se retraía, una nueva embestida lo hacía dilatar, y a eso le seguían veloces movimientos que además me lubricaban con los jugos que le brotaban. Hasta que llegó el momento en que el dolor cesó. Todo de pronto fue placer. Mi culito estaba ya muy lubricado y su verga podía salir y entrar con velocidad y dureza. Parece que eso fue lo que a él le permitió una erección mucho más firme. Adentro de mí su cosa se levantaba haciéndome gemir de un placer sencillamente indescriptible. Nunca fui más bella, con mis piernas torneadas y dispuestas a servir a los hombres que me dominaban. Nunca fui más completa que aquella vez.
Agradecemos la colaboración de Sandra Alicia.     | |||||
 
 
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